La cuestión universitaria, sobre las elites y las burocracias coloniales en el siglo XXI. Autor: Edgar Esquit

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  • Fecha de creación 14 de septiembre de 2022
  • Última actualización 14 de septiembre de 2022

La cuestión universitaria, sobre las elites y las burocracias coloniales en el siglo XXI. Autor: Edgar Esquit

La definición de la educación superior en un país como Guatemala debe colocarse en un contexto analítico e histórico claro. El sistema educativo general en este país está estructurado para constreñir como sirvientes a los indígenas y a las clases populares; por otro lado, sirve para formar a las elites y las burocracias coloniales. Con la educación primaria, el Estado se responsabiliza por una formación mínima en escritura y aritmética para la población que formará parte del ejército de sirvientes. En el mundo capitalista finquero actual, saber leer y escribir es un dispositivo elemental para que los trabajadores puedan moverse y cumplir con sus múltiples obligaciones. Se habla de ese universo de explotación y racismo que les tocará vivir a hombres y mujeres de los pueblos sosteniendo el sistema productivo sobre sus hombros.

Las clases populares abandonan la educación primaria o terminan el sexto grado para después integrarse a sistemas laborales organizados para extraer la fuerza de trabajo de manera violenta, ya sea como asalariados precarios, como trabajadores en la informalidad, sin prestaciones y cumpliendo largas jornadas de trabajo, como mozos en las fincas, como productores de alimentos en minifundios o como sirvientas en las casas de las elites ladinas e indígenas. Junto a esto, la educación secundaria es mínima, solamente prepara a un pequeño grupo de hombres y mujeres que intentan profesionalizarse en las universidades estatal y privadas (muchos no lo consiguen). Los que logran pasar este sistema universitario se ordenan para formar parte de la burocracia estatal o de la gerencia empresarial, se acoplan a un sistema político que controla al resto de la población, se constituyen en un profesorado que alimenta la reproducción del capitalismo, el consumismo o se integra a un sinfín de organizaciones gubernamentales y no gubernamentales que ofrecen desarrollo, pero que en la realidad imponen el colonialismo finquero.

Los sectores populares —campesinos e indígenas— quedan totalmente fuera del sistema universitario por la pobreza, los sistemas de admisión o porque no tienen la formación técnica requerida. De esta manera, las elites y la burocracia reproducen el orden colonial establecido; es un sector pequeño que se legitima a partir de sus conocimientos universitarios, el racionalismo, la ciencia y la técnica; así se colocan en las jerarquías de control sobre el resto de la población. Obviamente, desde estos espacios se manejan los privilegios normalizados a partir de una legislación liberal y definida como parte de la democracia.

En la segunda parte del siglo XX, después de la Revolución de 1944, la universidad estatal fue estructurada para apuntalar el proyecto nacionalista. El programa revolucionario definió a Guatemala como una nación; de esta manera, la universidad debía trabajar en su universalización, integrando en la lógica capitalista modernizante y a dicha nación a los campesinos, a las comunidades rurales y a los indígenas. Posteriormente, el nacionalismo de los militares intentó borrar toda forma particular de historia y vida a través de la violencia o usó la cultura indígena de manera banal en la conformación de un imaginario de nación guatemalteca. Estos nacionalismos dieron forma a la minorización de los indígenas a través del folclorismo y de las teorías sobre integración.

En los tiempos del neoliberalismo, la educación superior moldea a los tecnócratas que dirigirán los procesos actuales del capital y el Estado colonial finquero. En este sentido, el capitalismo usa cualquier recurso a su disposición para imponerse, ya sea la violencia, el autoritarismo o la total putrefacción de los sistemas de gobierno. En una historia de larga duración, podemos mirar los papeles que ha jugado la universidad estatal junto a la Iglesia, a la elite criolla y a la clase media. En la actual coyuntura, podemos ver cómo la universidad estatal forcejea para formar parte de un sistema de control basado en la impunidad y el autoritarismo. Las elites ladinas que manejan la universidad estatal se suman al proyecto de las empresas neoliberales para ser parte de un gobierno con máscara democrática pero que, en la realidad, se estabiliza sobre un sistema despótico que usará cualquier tipo de represión para controlar y despojar nuevamente a los indígenas, a los campesinos y a las clases populares, definidas como sirvientes por el poder colonial actuante.

Desde hace varios años, el capitalismo finquero colonial, representado por diferentes organizaciones y personajes, cínicamente ha sugerido la desestructuración de la universidad estatal. Aprovechando la crisis de las instituciones, desarrolla un discurso populista, ofreciendo educación superior a los pobres mientras intenta ocultar su propósito real; es decir, consolidar el proyecto neoliberal. Al capitalismo finquero no le importa la educación de los campesinos, indígenas y clases populares porque lo que quiere es mantenerlos como sirvientes para destruir toda forma de ciudadanía. La crítica a la estructura en la que se mantienen las instituciones de educación superior en Guatemala, en realidad, debe buscar la pluralidad política y cultural. Esto significa que todas las universidades deben abrirse a los pluriversos, relativizando el universo criollo-ladino occidental en el que se desenvuelven hoy en día. Al mismo tiempo, deben desbloquearse políticamente, destruyendo la estructura colonial que reproduce la dualidad patrón-sirviente sobre la que se asientan. En síntesis, la educación superior debe responder a las identidades políticas, a las formas de vida y a las historias de los pueblos, las comunidades, las mujeres y los sectores populares.

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